Cuando se es fan de un grupo e indirectamente se le hace difusion esta bien, le dices a tus amigos,- si pues ami me gusta este o cual,fulano zutano o peranganito... tal por cual grupillo, pero cuando en realidad te clavas difundiendo su mensaje indirectamente le apoyas de sobremanera y así se funda los clubs de fans y todas esas cosas que parecen cursis cuando te gusta el punck el rock o el happy fi.... invariablemente se consolidan grupos de la nada gracias al apoyo de su publico cuando es el caso de ser un grupo auto sugestivo y sin camino abierto por las influencias del poder o el dinero. Hoy puedoe recomendar a mucha a honra a los grupos que vi crecer y que indirectamente o directamente he apoyado y que hasta hace poco nadie sabia de ellos, asi que nosotros impulsamos a:
www.myspace.com/quieroclub
http://www.myspace.com/losvincentblackshadows
etc etc etc
3 commentaires:
mi gracias por el buen rock y por pasar a postear en nuestro blog!
Luis Fara, de Quiero Club
Conversaciones Inesperadas con Antoni Medicis.
Me he decidido a escribir a Frederick Mosh en una primera y última entrega de mi genio que no alcanza más que vislumbrar más que terribles problemas y faltas de consistencia del rítmico ritual por vivir del ser humano. Es cierto, no me gusta mucho la idea de realizar un escrito que directamente se publica en la parte final de un blogger o en el famoso myspace “con su respectivo link de comentario” que dificulta a un más la mediática información que recibe el lector en miles de miles de comentarios aburridos o polémicos, comentarios como si fuera postits uno pegado sobre otro hasta que la idea original queda desbastada y mandada al infierno de la nueva era de la edad media por Internet.
Por fortuna usted llegó de manera inesperada buscando alguna serie de palabritas extrañas que afortunadamente coinciden con las mías, ahora podemos darnos cuenta que esa coincidencia solo hacen reír a ese monito de la camisa verde que ahora es feliz, ¿Quién? ha si, es que usted como muchos otros aun no toma parte de la explicación que se tiene de esa lectura: los moneros y sus personajes entrañables que como Abel Quezada definía: nosotros los hombres verdes, nosotros los moneros, solo veo a uno que otro imitador de los grandes que se sube como siempre a los hombres de los gigantes verdes, se ponen su camiseta, ¿ya sabemos de que color, no? y ríen sin son ni ton.
Pues bien ahora me pondré una camiseta y me montaré sobre lo gigantes que he conocido, y les diré a mis amigos desde la misma altura que de vez en cuando sufrimos la misma transformación, en alguna nota, ensayo, cuento y experiencia somos tan alto como ellos, pero pasa a ser parte de la absorción y peso ensordecedor de un orden mitológico de esa posibilidad, un orden que debemos manejar con toda delicadeza: el de la excelencia. Todo lo contrario a lo que decía Dalí en su momento final: “seguid hacia delante como un cerdo” (porque un cerdo no camina hacía atrás, o por lo menos Dalí nunca vio a uno), porque él no hablaba de una excelencia, sino de un genio inmaculado cosmogónico de seguir adelante, “pase lo que pase” y no para buscar la excelencia, sino porque ella te encuentra siempre adelante de ti mismo, no de los demás. Dejadme entonces explicarme aquí y terminar con un relato que sintonice con este espacio.
No es esa la idea romántica de que hay que aspirar a lo máximo, de que el extremo opuesto (el fracaso absoluto) es preferible a la mediocridad, rompe con la idea antigua de no desquiciar la vida y desemboca en el superhombre que extermina a los mediocres. Como esto es repugnante, y como no se puede volver a la idea antigua de que la mediocridad es deseable, hay que suponer que no existe. Porque, en realidad, lo que parece mediocridad es una etapa transitoria: todo está en vías de superación. O, más radicalmente: porque la supuesta mediocridad (con ciertos criterios) es una excelsitud (con otros).
Sería más inteligente reconocer que todos somos mediocres en casi todo, que no tiene importancia y que intentar lo máximo en todo es ridículo. La excepción no puede ser la regla general, y no hay que confundir esto con la verdadera regla general: que cada persona es única, porque su código genético, su historia, su conciencia, sus capacidades y sus gustos, constituyen un ser único. No hay dos personas iguales. Para que una persona sea comparable con otras, hay que reducirla a lo que no es: peso, estatura, edad, velocidad en cien metros planos, palabras por minuto que puede teclear, escolaridad, dinero que gana, premios obtenidos, calidad de sus traducciones de Catulo, de su interpretación del De profundis de Sofía Gubaidulina, de sus retratos al óleo.
¿Pero entonces que se supone que en realidad aspiramos? Allí están los jueces para poder medir que tan alto hemos llegado, de no ser descalificado, si pasamos la prueba o no, de sentirnos dueños de algo, de algunas ideas claras, el forzoso y espinoso camino de las certezas, en nuestra casa, con nuestras cosas, con quien hablamos y de tener la precisión de que somos reconocidos por alguien mas, estar convencidos de nuestra existencia se está cimentando, como decía Nietzsche la tremenda fuerza del ser humano por estar representado: reafirmación en este insultante mundo, y entonces aquí estoy, por eso digo desde el principio que no me gusta escribir mucho por Internet porque resulta el medio por un parte discriminatorio pero por el otro el más eficaz en cuanto a enlace mundial: un medio muy fácil y cómodo para reafirmarse a un nivel de hiperespacio.
Cuando lo importante deja de ser aprender, entender, crear, investigar, divertirse, resolver problemas, ayudar, sino competir y ganar, toda prueba es un Juicio Final con pase al cielo, reprobación al infierno o suspensión en el limbo. De ahí las mañas infinitas para tener éxito, como única meta en la vida. Todo trato competente con la realidad se reduce a un trato con abstracciones: medir y ser medido, derrotar a los competidores, superar marcas.
Paradójicamente, la presión trepadora desemboca en el ascenso de los mediocres al poder y la gloria. Se supone que el darwinismo ferozmente competitivo debería entronizar a los excelentes, no a los incompetentes. Pero las carreras trepadoras están llenas de pruebas cuyos resultados no se miden tan fácilmente como el tiempo en una alberca olímpica. Evaluar a una persona para un puesto o premio, evaluar una obra, no puede ser exacto. Es tan discutible que distintos jurados honestos y capaces pueden llegar a conclusiones opuestas. Si, para evitar la discusión, todo se limita a mediciones mecánicas, el resultado es absurdo. El candidato con más puntos puede ser un mediocre. El producto que más vende puede ser mediocre. Lo más calificado en las encuestas puede ser mediocre. El programa con más rating puede ser una porquería.
“Siempre hacia adelante como un cerdo”, porque no hay otra forma mejor de no perderse en la idiotes, (por cierto un amigo “acomodado” me dijo: “yo no sueño con el éxito, yo lo puedo prácticamente comprar”), y bien si este mundo esta del carajo, no tiene que ser dificultad para que yo me la pase bien, algunos de mis amigos ya ni siquiera me critican de si o no existe una democracia, en verdad yo me la paso bien tratando de aplicar esa fórmula a mi región, tratado de convencerme empíricamente de ese hecho, por que considero que esa es una de las formas sociales que nos pueda favorezca la vida. Ojala existieran todavía los dioses, porque “hasta para enamorarse” habría certeza en alguno de ellos. Pero bien, ahora es cosa de labor propia.
Quiero decir también para finalizar este colapso nervioso de “¿Qué diablos dice?”, que siempre he criticado (y creo que es de mis mejores críticas) de quien trata de hacer una realidad alterna, sin saber cual es ese camino y sin llevarse consigo a todos los que soñamos vivir de alguna manera mejor. Entonces nos dirigimos irremediablemente excéntricamente de la mediocridad y concentricamente hacia la excelencia, sólo sabemos, que lo mejor, es seguir adelante y resolver nuestras dificultades, se que por ahora tengo mis dificultades y otras junto con mi comunidad, depende de estas certezas que definitivamente es la fuerza vital social que seguimos acumulando: la convivencia con todas las contradicciones del ser humano.
Expresiones en este espacio alterno en construcción. Felicidades Frederick Mosh.
Una aventura de Postits
Ella era tan reflexiva y consciente de su papel en el planeta que, cuando encendí un cigarro barato, me acusó de colaborar al calentamiento global.
–En realidad me gustaría colaborar a un calentamiento más personal– quise bromear pero su cara de haber recibido el aire del desierto a media noche me reconvino. Era como haberle hablado muy mal de Mahoma a un ayatola.
Estábamos en nuestros saludos cuando uno conoce gente que conoce a otra frente a frente en un bar-jazz de Versalles 49. Yo me estaba hundiendo en mi falta de talento para ligar –por eso tuve que prender el cigarro, actividad que, en estos días de prohibiciones, sólo se lleva a cabo cuando un ser humano, de vez en cuando, se da cuenta de su propia miserias y ya llevaba tres seguras negativas. Pero lo normal es a qué te dedicas, cual es tu onda musical, tu signo zodiacal, tus pasatiempos, pero era algo claro que tenía que preguntar: le pedí que me hablara de sus convicciones ecologistas. No iba a permitir un rechazo más esa noche –ni siquiera ya de sus labios, ni de sus ojos, ni de su pelo que me daba la espalda con fino velo seductor- y claro ejecutado todo por la misma chica que me había cautivado antes de entrar a un bar -algo realmente extraño para mí- Me iría con esa mini modelo a la cama lloviera o nevara, glaciación de Calvino o calentamiento global de Gore.
–No, no son mis convicciones– volvió a reclamar mientras yo apagaba el cigarro sin fumar– son del planeta entero. Nos incumbe a todos.
Puse mi cara de interesado, casi de ser digno de ser introducido al tema de nuestro tiempo y así fue que trascurrieron los siguientes cuatro minutos y veinte segundos. El mundo se calentó: los glaciares se derretirían, desaparecería Nueva York, México sería un desierto –más de lo que es ahora–, los pingüinos con sus pancitas deslizados al mar se extinguirían, las ballenas se desubicarían, los pájaros se harían impuntuales en sus migraciones, mira que me identifico.
Nos ahogaríamos sin remedio en una nube de dióxido de carbono casi salado, sudando en ropa blanca y minifaldas. La idea no me desagradó. La ropa pegada al cuerpo. Como postits. Y llegaron “los que la habían invitado” justo cuando ella iba a abordar las formas en que todos podemos ayudar a que el calor no suba. O a detenerlo, porque, según entendí mientras le veía la boca y la imaginaba en actividades distintas a hablar, el Apocalipsis del dióxido de carbono ya está anunciado, en marcha, y el séptimo sello es encender un tostador de pan. A mí la idea de un verano eterno con lluvias enloquecidas, vientos huracanados, me pareció un relato excitante, imaginé así de entusiasta en labores más paralelas y menos perpendiculares. Saber que estás cerca del final desinhibe a la gente. Y con calor, mucho más. Pero yo había reprobado a sus ojos. El maldito cigarro. Encender un cigarro ante una desconocida es ahora peor que llegar borracho a la primera cita pidiendo medio pollito.
Por curioso que parezca me habló tras un par de días. Estaba interesada en que volviéramos a encontrarnos. Oficialmente había ligado. Aprobado en el examen. O no exactamente. Mi conciencia planetaria está reducida al baño de mi casa: ahí conviven hormigas que traspasan desde el muro exterior con unas mosquitas idiotas que, más que volar, saltan. Es mi ventana al comportamiento de la vida: cada vez que abro la llave de la regadera ahí mismo mueren hormigas y mosquitas sin saber el sentido de nada. Al día siguiente ahí están de nuevo, como si no hubieran aprendido nada. Por lo menos aprender que ahí vive alguien que todas las mañanas abre una llave de agua que las mata. La genética, para mí, no es un milagro sino una necedad. Lo que digo es que me citó, no porque le interesara mi cuerpo, sino mi alma. Estaba yo en riesgo del fuego eterno del calentamiento global y ella se ofrecía a redimirme. Por mi parte me mostré interesado en que fuéramos a una casa ecológica al poniente de la Cd. de m México, de la cual ella me había hablado que se asombraba de que estuvieran alterando sus ventajas. El pretexto fue que necesitaba que me enseñara qué podía hacer para ayudar al planeta a mantenerse frío en Rusia y tropical en Brasil modificando algunas cosas de cualquier casa sin mayores costos. Como siempre. A que fuéramos lo que siempre hemos sido: un planeta caliente en el medio. Se lo dije así pero no entendió el doble sentido.
Y bien sentí que nos dirigíamos como esas hormiguitas sin entender nada a cruzar un chubasco entre casas construidas como si fueran mosquitas que llegaran allí por interés de vivir, la recogí en el Metro. No usa automóvil, por supuesto, y que por cierto, creo que hay algo con mis amigos de hoy: la gente se pega a los vidrios a verlos, pero en este caso había que imaginar la minifalda. En la avenida y demás camino hizo algo que nos ahorró la charla pero que resultaba un tanto incómodo: escribía en postits, los arrancaba, y los pegaba en ventanas de autos –“afine su coche o nos matará a todos”–, en postes de luz –“están conectados más de los diez que deberían y nos están matando a todos”–, en puertas de casas –“¿una televisión y un radio al mismo tiempo? Nos están matando a todos”–, así que cuando finalmente llegamos sin poder conversar, también me ahorro la explicación de las alteraciones en la casa ecológica, Churubusco 330: desconectó la computadora, el DVD y el refrigerador. No me opuse a lo de la computadora aunque soy adicto. Yo no quería “matarlos a todos”. Sólo a algunos, a veces. La verdad es que no hablamos. Ella escribió en postits y los fue pegando por la casa. Yo buscaba una mirada, un guiño. Pero nada. En algún momento pidió agua. Explicable en ese mundo de calenturas en el que vivía. Fui a la cocina y me pregunté qué carajos estaba haciendo aquí.
Cuando salí con el vaso de agua la sala estaba cubierta por una duna del desierto, increíble, tan solo di uno pasos y quede atrapado entre la arena.
Antoni M.
Para un amigo de mucho color. Frederick Mosh. Feliz Viaje a Europa amigo.
Modificando, esperando una llamada alentadora, justificaré mi cosmogonía.
Hola, pero que maniatico es Antoni, que se esconde en historias mágicas, debería estar adentro de un bosque por que igual y puede encontrar por fin a su princesa...
Fede?= Fiestas Exentricas, Divertidas y Eternas.
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